No había mucho para llevarse. El departamento de Mariano tenía todo. Había algunas cosas para cambiar, pero Mateo lo haría cuando cobre sus primeros sueldos. Pintar las paredes, cambiar la mesa y las sillas del comedor y comprar un par de adornos.
Mariano lo esperaba ansioso. Por momentos se acordaba de su suegro y unos nervios le endurecían el estomago. Se prendía otro cigarrillo ¿Cómo una simple persona puede producir tanto? Al fin, después de tanto esperar, de tanto pelear por la distancia, los celos, los miedos. Se amaban tanto que ni ellos creían que un amor así fuese real.
Todo estaba listo. Como Mateo no había tenido una buena relación con su padre, fue su madre quien lo acompañó todo este tiempo. Ella fue la que habló con él sobre sexo, sobre como cuidarse, ella conoció a Mariano primero y lo quería tanto como a su propio hijo. Estaba completamente emocionada. Mateo se reía y le decía que se calme, que iba a volver siempre que pudiera, que no se iba para siempre.
Mateo besó a cada uno de los integrantes de su familia, subió al auto de su padre y emprendió el viaje. Aunque todos eran una bola de nervios y ansias, quien iba a tener un vuelco de ciento ochenta grados en su vida era él y todo comenzaba muy rápido. Llegar, mudarse, festejarlo con su novio (que era lo que esperaba con más ansias, hacía como un mes que no lo tenía en la cama) y al otro día presentarse a una entrevista de trabajo.
En el viaje charlaron, tomaron mates y escucharon música.
- Me quedé pensando en lo que me dijiste.
- ¿En qué pa?
- En que yo no sabía que hacías vos, cuando estabas en Córdoba. Que no te conozco.
- Sí, es un decir.
- Es la verdad.
- Ahora vas a conocer a Mariano y vas a ver porqué hace dos años que no lo dejo diciendo que es un rasca huevos.
Su padre se sonrió, quizás, después de todo. Estaba comprendiendo que la sexualidad de su hijo no cambiaba en nada, solo era eso, su sexualidad. Y Mateo era mucho más que eso. Era profesor, era hijo, era hermano y también novio... de un hombre.. ¿y?
Llegaron a Córdoba. El calor estaba insoportable. Cuando estacionaban el auto y estaban por llegar al edificio donde estaba el departamento, vieron como Mariano subía con un par de cervezas para ofrecer a su invitado, y al nuevo dueño de su hogar.
Mateo se le acercó con los bolsos y lo saludó cálidamente, sin besos ni abrazos, sabía que eso a su pareja lo pondría muy nervioso con los ojos del padre de su novio atrás.
La tan esperada "presentación" fue mucho más relajada de lo esperado. Se rieron, tomaron cerveza, acomodaron el ropero. Miraron fotos y se dieron cuenta que los padres de Mateo y Mariano habían compartido el aula durante la escuela primaria.
Cuando menos se dieron cuenta ya era de noche, tenían hambre y pidieron unos lomitos a un delivery. Al padre de Mateo se lo veía cómodo, feliz por su hijo. Cada palabra, cada charla, cada movimiento y paso que daban la feliz pareja era un estereotipo que se caía o se borroneaba.
-Bueno, creería que ya es hora de que me vuelva a casa. Ya es tarde y tengo dos horitas de viaje mínimo.
- Gracias por acompañarme viejo.
Esta vez bajaron en el ascensor padre e hijo. Mariano se quedó acomodando un poco la casa y lavando la vajilla.
Se saludaron con un fuerte abrazo y se prometieron verse pronto.
De a poco, y a su manera, Mateo empezaba a vivir y hacer las cosas como el creía que era lo correcto.
Mariano lo esperaba ansioso. Por momentos se acordaba de su suegro y unos nervios le endurecían el estomago. Se prendía otro cigarrillo ¿Cómo una simple persona puede producir tanto? Al fin, después de tanto esperar, de tanto pelear por la distancia, los celos, los miedos. Se amaban tanto que ni ellos creían que un amor así fuese real.
Todo estaba listo. Como Mateo no había tenido una buena relación con su padre, fue su madre quien lo acompañó todo este tiempo. Ella fue la que habló con él sobre sexo, sobre como cuidarse, ella conoció a Mariano primero y lo quería tanto como a su propio hijo. Estaba completamente emocionada. Mateo se reía y le decía que se calme, que iba a volver siempre que pudiera, que no se iba para siempre.
Mateo besó a cada uno de los integrantes de su familia, subió al auto de su padre y emprendió el viaje. Aunque todos eran una bola de nervios y ansias, quien iba a tener un vuelco de ciento ochenta grados en su vida era él y todo comenzaba muy rápido. Llegar, mudarse, festejarlo con su novio (que era lo que esperaba con más ansias, hacía como un mes que no lo tenía en la cama) y al otro día presentarse a una entrevista de trabajo.
En el viaje charlaron, tomaron mates y escucharon música.
- Me quedé pensando en lo que me dijiste.
- ¿En qué pa?
- En que yo no sabía que hacías vos, cuando estabas en Córdoba. Que no te conozco.
- Sí, es un decir.
- Es la verdad.
- Ahora vas a conocer a Mariano y vas a ver porqué hace dos años que no lo dejo diciendo que es un rasca huevos.
Su padre se sonrió, quizás, después de todo. Estaba comprendiendo que la sexualidad de su hijo no cambiaba en nada, solo era eso, su sexualidad. Y Mateo era mucho más que eso. Era profesor, era hijo, era hermano y también novio... de un hombre.. ¿y?
Llegaron a Córdoba. El calor estaba insoportable. Cuando estacionaban el auto y estaban por llegar al edificio donde estaba el departamento, vieron como Mariano subía con un par de cervezas para ofrecer a su invitado, y al nuevo dueño de su hogar.
Mateo se le acercó con los bolsos y lo saludó cálidamente, sin besos ni abrazos, sabía que eso a su pareja lo pondría muy nervioso con los ojos del padre de su novio atrás.
La tan esperada "presentación" fue mucho más relajada de lo esperado. Se rieron, tomaron cerveza, acomodaron el ropero. Miraron fotos y se dieron cuenta que los padres de Mateo y Mariano habían compartido el aula durante la escuela primaria.
Cuando menos se dieron cuenta ya era de noche, tenían hambre y pidieron unos lomitos a un delivery. Al padre de Mateo se lo veía cómodo, feliz por su hijo. Cada palabra, cada charla, cada movimiento y paso que daban la feliz pareja era un estereotipo que se caía o se borroneaba.
-Bueno, creería que ya es hora de que me vuelva a casa. Ya es tarde y tengo dos horitas de viaje mínimo.
- Gracias por acompañarme viejo.
Esta vez bajaron en el ascensor padre e hijo. Mariano se quedó acomodando un poco la casa y lavando la vajilla.
Se saludaron con un fuerte abrazo y se prometieron verse pronto.
De a poco, y a su manera, Mateo empezaba a vivir y hacer las cosas como el creía que era lo correcto.